sábado, 7 de julio de 2012

ANTES DE QUE NOS VAYAMOS

Mientras esperamos los resultados de las últimas pruebas médicas, nos vamos a Puebla. No sé las posiblilidades de acceso a internet que habrá este año. El año pasado muy buenas. Por si hubiera problemas incluyo aquí el primer cuento de las Historias de La Hueta. Si alguien lo lee le agradecería los comentarios. 
                                      
                                         HISTORIA DE MARTA ( 1985-......)

         Vinimos a La Hueta a mediados de julio. Los primeros días no había nadie con quien jugar. Un poco aburrido.
 Todo muy bonito, sí, pero sin gente. ¡Chicos y chicas se entiende! Mucho bosque, muchos caminos curiosos, mucha gente mayor de un lado para otro, pero, para jugar, nadie. Un rollo.
          Me había traído libros para leer, un pañito para bordarle a mi abuelo un cangrejo a punto de cruz, su signo es Cáncer, hilos para hacer pulseras trenzadas de esas que se llevan. Pero aquí, cuando no hay niños con quien jugar, el tiempo es muy largo y da de sobra. Se tiene todo el tiempo del mundo para aburrirse.
          A ratos jugaba con mi perro o hablaba con mis padres. Otras veces me sentaba delante de la puerta mirando las montañas que rodean la "cortijá", como dicen aquí. No es que me sintiera a disgusto. Todo era bonito y podía ser muy interesante. Solo faltaba estar entre otros como yo con quien hablar. No me iba a ir sola por esos montes. ¿Y si me perdía? Además, no vale que todo sea muy bonito si no tienes alguno de tu edad con quien comentarlo. Y los padres no sirven para eso. Si te escuchan no le dan importancia a lo que cuentas. La mayoría de las veces ni se enteran de lo que estás diciendo. Así que me ponía a inventar cosas en mi cabeza. Una manera como otra cualquiera de dejar que el tiempo fuera pasando.
         He de confesaros que yo creo en Fantasía. No la que cada uno tiene en la cabeza, no, la de verdad. Un país, o lo que sea, más allá del mundo, en el cual las cosas ocurren de otra manera que en la realidad. Un mundo distinto para cada persona pero al mismo tiempo único. No sé explicarlo, sólo lo siento dentro.
         Hay que dejar a la imaginación que vea las cosas a su manera. Poco a poco todo cambia de forma y, entonces, ya estás en la puerta. ¡Un esfuerzo más! Dejar que aparezca lo que no se ve con los ojos… ¡y ya estás dentro! Luego basta dejarse llevar por lo que se te va ocurriendo. Es Fantasía.
Allí, las cosas, las personas, los sucesos, no siguen las normas de la realidad. Y el tiempo no funciona del mismo modo. Corre o se detiene, vuelve atrás, salta de repente, se acelera, avanza muy despacio. Es una medida que no se ajusta a los relojes.
Según mi padre tiene muchos nombres. Se los han ido dando los que supieron verlo. Olimpo, Walhalla, Paraíso, Thulé, Ávalon, Utopía, Barataria, Otro Lado del Espejo, Isla de Nunca Jamás, Tierra Media. ¡Fantasía! El nombre no importa mucho. Es eso que dijo alguien sobre las rosas. Aunque se llamaran de otra manera seguirían oliendo igual.
         ¿Cómo se llega? Pues, como he dicho. Dejas que las cosas  floten en tu cabeza, se apoderen de lo que ves y empiecen a vivir por su cuenta. Se puede hacer estando solo, claro, pero es mucho mejor si estás con alguien y hablas de ello. Mejor si es de tu edad.
         Un día; aún no habían llegado, Verónica, Santi, Isma, ni ninguno; me senté con mi padre delante de la casa, en el porche. Ante nosotros estaba el bosque de pinos que parece no terminarse nunca. Hay también encinas y otros árboles, pero los pinos parecen llenarlo todo. Trepan por las laderas como un ejército de gigantes. Allá abajo junto al arroyo de La Hueta se mezclan con toda clase de plantas, como si se adornaran con ellas. Algunos son pequeños, otros altísimos. Muchos crecen rectos hacia el cielo, como flechas con una bola en la punta. Otros se retuercen sobre la tierra o entre las rocas. Es un país de  pinos.
          Aquí y allá, asomando, unas rocas grandes con formas curiosas. Un oso, unas brujas, un castillo, una torre, un convento. Mi padre y yo intentábamos ver formas parecidas a algo real. Les fuimos dando nombre por lo que parecían. Hay tantas diferentes que podrías estarte horas encontrando parecidos. Una cárcel, un grupo de casas, un castillo cristiano, una alcazaba mora, una paloma herida, un caballero agonizando sobre su caballo. ¡Yo que sé!
         Era la hora en que se iba el sol. Ya sé que no se va, sino que la Tierra gira y todo eso, pero ¿a que resulta más poético? Las montañas de un lado comenzaban a dar sombra sobre las del otro. Como la casa está en un balcón, la era; con montañas a un lado y a otro, y el frente hacia el norte; cuando el sol se esconde, las montañas de ese lado van cubriendo con su sombra las del otro. Hasta se ve la raya subiendo, subiendo.
          De pronto, en una roca grande, justo frente a nosotros, al pie de un monte que mi padre y los libros llaman Cerro Bucentaina, apareció el camino. 
          Bueno, era la misma roca de hacía un rato, pero ahora tenía tallado un camino de piedra. Al menos así me parecía a mí.
         Empezaba casi en la carretera. Es solo una pista de tierra apisonada, pero le llamamos así. Por ella se va al pueblo más cercano, unos siete kilómetros.
 El camino en cuestión subía por la falda del monte. Muy bien señalado con aquella luz.  Se metía en la boca de un pez gigantesco. Como un besugo enorme con su ojo derecho claramente visible. Tenía cara de pez simpático y una boca con los labios gorditos entre los que desaparecía el camino. Por detrás del pez, volvía a aparecer. Salía y, dando vueltas y revueltas, acababa desapareciendo definitivamente  entre dos torrecillas. Después estaba la montaña y el bosque.
         Comprendí a la primera. Aquel era el camino de Fantasía. No digo el único camino, supongo que a Fantasía se puede llegar por una enorme cantidad de sitios. Pero aquel era el nuestro, o, al menos, el de aquella ocasión. Se veía con los ojos, muy claramente. Solo se podía recorrer poniendo en marcha la imaginación. Yo lo veía con toda claridad y se lo expliqué a mi padre. Enseguida lo vio. Somos una familia muy imaginativa.
         Aquello era como un aviso. Y habíamos de seguirlo. Con el pensamiento, desde luego. Nosotros estábamos sentados en el porche, pero nuestra imaginación podía andar libremente.
         ¿Qué nos quería contar la montaña, o el bosque? Mi padre dice siempre que este sitio ha debido ser a lo largo de la Historia un “enclave importante”.
--Los hombres de otras épocas no han podido ignorar las riquezas de este paraje. Hay agua en cantidad. Es un lugar al abrigo de los vientos, protegido por las montañas, con zonas fértiles  y fácil acceso desde los valles próximos. No me puedo creer que no se haya descubierto desde muy antiguo.
         Él habla siempre así. Usando palabras importantes. Yo le entiendo y creo que tiene razón. No siempre, claro.
--A lo mejor nos están enseñando el camino para contarnos lo que pasó en otros tiempos. ¿Por qué no lo seguimos y dejamos que cada roca nos cuente una historia?
         Le pareció buena idea. Dejamos que el camino nos llevara dentro del bosque y al pasar junto a cada una de las rocas, con la imaginación por supuesto, esperábamos a que las piedras de la sierra nos contaran las historias del pasado.
         No fue difícil. Mirábamos a una cualquiera de las rocas. Entonces, como si  en ella viviera el fantasma de alguien que hubiese tenido mucho que ver con ese mismo lugar, empezamos a sentir las historias que vas a leer en este libro.
         No las inventábamos. Pensábamos un nombre adecuado, que nos sonara bien. Eran nombres conocidos. De personas de nuestro entorno. A veces incluso se nos ocurría el mismo a los dos. Luego dejábamos que saliera la época en que vivió. Nos quedábamos un rato mirando la roca. Entonces de la misma iba saliendo la historia, no un cuento os lo aseguro, la verdadera historia, de alguien que existió. Así nos parecía a nosotros.
¿Cómo nos llegaba? No lo sé. No tenía nada que ver con espíritus y tonterías de esas, era algo más profundo. La tierra misma nos había dejado entrar en sus secretos y el tiempo se volvía plano, circular o como queráis llamarlo, el caso es que allí estábamos los dos.
--Traduciendo la historia de la sierra a través de las pequeñas vidas de sus gentes.
         Esta frase, como habréis comprendido no es mía.
La mayoría de las historias  no resultaban muy alegres. Mi padre dice que la Historia es siempre un poco triste. Cuando todo va bien pasa algo que lo estropea. Además antes, y cuanto más atrás peor, la gente no vivía como ahora que hay luz eléctrica y teléfono y lavadoras y todo eso. Había peligros distintos, se pasaba hambre y el miedo era algo de cada día.
         En cualquier caso, alegres o tristes, eran así y no podíamos hacer nada para que fueran más divertidas. Había muchas, cada roca nos contaba la suya, incluso a veces una tenía dos o más para contar.
          Eran de todas las épocas del pasado. Mi padre les llama "historias en la Historia". Hablaban de niños que vivieron aquí, o de personas para las cuales La Hueta significó algo. Desde la antigüedad más antigua, hasta ahora mismo.
          No puedo aseguraros si pasaron de verdad o no. Según íbamos ¿imaginándolas?, ¿escuchándolas?, ¿inventándolas?, las fuimos recogiendo. Le añadíamos detalles, nombres, cosas que se nos ocurrían. Sentíamos como si nos hubiéramos conectado con el tiempo y viéramos lo que pasó en otro momento. Era un mundo mágico, pero real. A nuestros personajes les pasaban cosas y no podíamos impedirlo. Nos parecía que había sido así. Quizá solo ocurrieron en Fantasía. Pero ya os he dicho que creo en ese ¿país?
         Estuvimos escuchando, o como queráis llamarlo, durante varios días. Y oímos, o lo que sea, muchas, muchas. En este libro hemos puesto solo unas cuantas para ver si os gustan. Si es así, otro libro os contaremos más.
         Poco después comenzaron a llegar mis amigos y ya no tuve tiempo ni para leer, ni para terminar el pañito bordado, ni para escuchar las historias de la montaña.
 ¡Había tantas cosas que hacer! Jugar con los perros, hacer cabañas en el bosque, buscar moras maduras; casi todas estaban todavía verdes; hacer "jugos naturales" con lo que encontrábamos , trepar a las cascadas, bajar al molino, jugar al escondite, al bote, a las cartas. Apenas me quedaba tiempo para comer y para dormir.
         Lo único que seguí  haciendo de lo previsto fueron las pulseras de nudos. Se las enseñé a hacer a los otros. Las hacíamos toda la pandilla para poner un puesto en las fiestas y venderlas. El dinero que sacáramos nos lo gastaríamos en chucherías. Al final no pusimos el puesto porque las fiestas estaban tan llenas de cosas divertidas que nadie quería perdérselas mientras vendía pulseras. Con lo que nos dieron por la única que vendimos; al primo de Verónica, José, El Gordo; nos compramos dos bolsas de patatas fritas para todos.
         Hay un rato cada noche antes de dormirme; cuando siento que el cuerpo me tira para abajo y no abro los ojos ni escucho para no sentir miedo; en el que todavía pienso en las rocas y les dejo contarme sus historias.
         No estoy segura si me las cuentan cuando estoy despierta o dormida. Pero me las cuentan.
          Luego se las explico a mi padre y él le añade los detalles, los nombres y todo eso.
         Lamento que no sean divertidas. Como dice mi madre:
-- La vida es así.
                           

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