sábado, 22 de septiembre de 2012

HABLANDO DE LA VIDA


          Como esos niños que caminan por una senda en el prado, sin premura, revisándolo todo, aprovechando cada ocasión de gozo, buscando quién sabe qué.
       Así me encuentro. Casi me da vergüenza.
       Me intento convencer de que a los setenta y cuatro años tengo derecho, pero ¡es tanto lo que tengo!
       El cáncer parece haberse quedado tranquilo tras la operación hace ya tres años. Y lo pongo en primer lugar porque aunque no sea lo más importante, si no fuera como es quizá no estaría como estoy, ni sentiría lo que siento.
       Mi mujer parece superar sus últimos achaques que nos tenían en vilo.
       ¡Y van dos! Secundarios, pero básicos.
       Luego están los chicos. Ya no tan chicos. Con sus vidas de las que ha mucho cogieron las riendas con mano firme. Tienen sus altibajos y eso preocupa, pero ahí están. ¡Adelante! Y nos quieren. ¡Eso es muy grande!
        Y la casa que tantas hipotecas nos costó. Y la vida que pasa a nuestro lado dejándose querer. Y los amigos a los que vemos de higos a brevas sin que por ello dejemos de estimarnos como siempre o más.
         Hace ya años que nos tocó el tiempo cuando nos jubilamos y vamos aprendiendo a gozar de todo de un modo nuevo. A veces nos asusta tanto bien. Nos dan ganas de fingir maluras, problemas, lo que sea, para que los dioses no sientan envidia.
        Quisiéramos hacer extensible nuestro gozo a todos, conocidos y desconocidos, pero no parece viable.
        Los que esto leáis, participad de nuestra alegría. La felicidad seguramente no existe, pero a ratitos lo parece.
      

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