viernes, 28 de febrero de 2014

¡QUE MAL LO HICIMOS!

    Teóricamente la llamada Transición era la mejor manera de terminar con la dictadura y entrar en la Democracia. Y ahí fue. Una Constitución pactada por todos los grupos políticos. Empezó a hablarse de "consenso" como fórmula idónea para estas cosas. 
     Y votamos. Con mucho miedo. Eran los tiempos del "voto útil". Había que evitar los brotes de violencia, los extremos, las venganzas, las reivindicaciones excesivas. Y salió un partido recién creado que ni fu ni fa. 
     Me consta que había gentes con muy buena intención por todas partes. Tengo anécdotas que lo describen. Pero empezaron los "trepas". En todos. Los jerifaltes preferían la fidelidad a la eficacia. El partido por encima de todo. Y los buenos políticos, que los hubo, fueron cayendo, plegándose, largándose, corrompiendose. En diez años la partidocracia se había apoderado de la Política. 
    Les habíamos dejado. Les habíamos votado. Permitimos la mentira necesaria, la defenestración conveniente, la sucia praxis imprescindible. Al país corrupto de los siglos anteriores, dominado por la clerigaya católica, por la aristocracia de terratenientes, por una monarquía podrida, se unieron los casi cuarenta años de sumisión al dictador. Y salió "atado y bien atado" éste que sufrimos. Éste que no supimos regenerar.
    Nos quejamos de nuestra propia obra. Construimos una caricatura de democracia y se la ofrecimos a nuestros hijos como herencia. 
      ¿Cómo podemos quejarnos de sus reacciones? 
       Montamos un becerro de oro, como lo habían hecho nuestros ancestros. Esta vez sobre el altar del dios consumo. 
        ¿Nos engañaron? Desde luego lo intentaron, pero contaban con nuestra colaboración. Estábamos dispuestos a prostituir nuestros valores profundos a cambio de las lentejas de una economía en ascenso. Usaban, y usan, la mentira sistemática para controlarnos. Como eso que llaman deportes y hemos transmitido a nuestros hijos en forma de idolillos de consumo. 
       ¡Ya está bien! Tenemos lo que hemos ido aceptando. Lo malo es que dejamos a los que vienen un albañal. 
        ¡Que horror! 
        Y no vale que pidamos perdón al estilo real. Lo mal hecho permanece y lo peor es que no tenemos un ídolo del que esperar milagros. ¿Podrán las generaciones venideras remontar el cúmulo de mierda en que hemos convertido nuestra tierra? ¡Ojalá!

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