miércoles, 10 de octubre de 2012

¡OTRA VEZ A LA HUETA!

       Siempre es bueno aprovechar la ocasión para pasar unos días allí. Los que la conocéis no dudo de que lo habéis comprendido. Los que no...Es difícil cantar sus encantos. Demasiados.
     La luz, única, que va matizando minuto a minuto el entorno hasta permitir que el panorama se despliegue ante uno sin monotonía.
       El paisaje. Sugerente con mil puntos en los que centrar la atención, con toda clase de sugerencias para la evocación.
      El silencio que no lo es. Te callas y todo parece detenerse. En un primer momento nada se oye. Poco a poco van surgiendo en ligeras vibraciones los sonidos paliados del bosque. El viento entre las hojas de los pinos. los chasquidos del tronco en las encinas, un lejano murmullo de pájaros lejanos. Y más y más que acaban por sugerir una silenciosa sinfonía de sugerencias sonoras. A veces los perros de Pedro, allá en lo bajo, levantan un coro de ladridos. Otras las esquilas de las cabras de Emilio llaman a las ovejas. O un cuco lejano, muy lejano, allá por la Piedra del Agujero.
      ¡La noche! Cuando todo se ha apagado. Salir a la era, tumbarse en el medio, cerrar los ojos un minuto. ¡Y abrirlos! ¡Qué derroche de estrellas! Fijas o chispeantes allá arriba cubriendo todo el cielo. Poco a poco invaden cada rincón y, sobresaliendo, las más luminosas. Se dibujan aquellas que conoces. Te deslumbran las más brillantes.
      Delante de la casa el valle.
      ¿Y los olores? Dejas que tu respiración se normalice, cierras los ojos y te dejas poseer por los aromas que llegan o que están. Aprendes a separarlos, a delimitarlos, a indentificar su procedencia. Al cabo en el perfume global vas distinguiendo unos de otros. De los pinos, de la jara en verano, del romero siempre y muchos más que van apareciendo. Sobre todo si corre un poco el aire. Y allí en la era muy raro es que no corra.
      Y está el recuerdo del abuelo Ignacio que tanto disfrutaba allí, el de mis hijos que sólo van cuando pueden, o sea muy pocas veces. Así, los dos, "solitos", disfrutamos de todo lo que La Hueta ofrece, que es mucho.
      Comprendereis que aproveche cualquier ocasión para pasar unos días en aquel cortijillo que Marta decoró manteniendo el estilo serrano.
      Mañana y hasta el lunes que viene. Ya os contaré.
      Añado un capítulo de "Cosas de La Hueta" para que os ayude a entenderme.

   
                                                                 
                                            EL HIJO DE CHISPA  
  
       Chispa es la perra de Federico, uno de allí. Es una perra pequeña y con mal genio. No es que se meta con la gente. Pero es muy rara. Como cobarde.
       Está siempre asustada. Cuando pasa junto a las personas, procura alejarse con miedo. Y mira de través. O sea que tiene la cabeza para un lado pero mira para otro. A veces, cuando llega alguien nuevo, le ladra. Eso sí, siempre de lejos. Ellos dicen que no es peligrosa, pero a mí no me gusta nada.
       La verdad es que da un poco de lástima.
       Tiene todo un lado del cuerpo pelado. Al principio creíamos era una enfermedad, la tiña o algo así. Luego nos contaron que alguien le había tirado encima el líquido de una batería de coche y la había quemado viva. ¡Hace falta ser bestias! Porque; eso nos contó Valeria, la vecina de al lado; no había sido un accidente. Resulta que Federico había cogido más agua de riego de la que le correspondía para su huerta. Tiene una larga y muy cuidada al principio, junto a la carretera, más o menos frente al pilón del manantial. El caso es que quien fuera discutió con él. No se pegaron ni nada, sólo se dijeron cosas “muy fuertes”. Valeria no dijo lo que se habían dicho, sólo eso, que eran cosas muy fuertes. Supongo que serían esas palabrotas que dicen algunos mayores cuando se enfadan. Bueno, pues al día siguiente alguien volcó lo que había dentro de una batería de coche encima de la pobre Chispa cuando estaba durmiendo junto al lavadero. Dicen que es un ácido muy fuerte que quema la piel. Mis padres no me dejan tocar la batería de las cámaras por eso. Menos mal que alguien pasó por allí mientras la perra se retorcía en el suelo, la agarró de las patas y la echó al pilón. A lo mejor fue el mismo que le había tirado el ácido.
La pobre Chispa estuvo varios días aullando noche y día según Valeria. Luego se le fue curando, pero la quemadura sigue allí, casi le ocupa todo el lomo. ¿Verdad que hace falta tener muy mala idea?
Cuando se lo pregunté a Herminia, la mujer de Manuel, me contestó:
--Eso dicen algunos. Yo no lo vi. Hubo de ser un accidente. Esa perra se mete por todas partes. Puede que alguien dejara la batería mal apoyada junto a los contenedores de basura y la perra se la volcara encima. ¿Cómo va alguien a echarle el ácido aposta?
Pero es que Herminia es de lo mejor. Nunca habla mal de nadie ni dice nada que pueda molestar. Mis padres dicen que es una mujer muy sana. Quieren decir que no tiene malicia ninguna. A mí me parece que también es muy lista y no quiere que nadie se meta con ella.
Vuelvo a la perra. Normalmente es bastante antipática y muy cobarde. Lógico con el miedo que lleva encima. Aunque te acerques con la mejor intención, para jugar con ella o para darle algo de comer, huye. Cuando terminamos las comidas, mi madre recoge los restos comestibles y los pone en un plato.
--Ponlos ahí en la era para que los coma la perra de Federico.
 Yo los saco y llamo a Chispa. Suele andar por allí a esa hora. Debe saber que vamos a sacarle algo. No creáis que se acerca ni nada. No. Asoma, mira a un lado y otro. Después se queda quieta esperando. Algunas veces me planto allí para ver qué hace. Nada. Ni se mueve. Sólo cuando le dejo la comida y me alejo bastante, se acerca despacio, mirando a un lado y otro, sobre todo hacia mí. Si no me meto en casa, come a bocados,  levantando la vista cada vez hacia donde estoy. Si me meto dentro y me asomo por la ventana del zaguán, la veo comer a toda prisa y echar a correr para esconderse. ¡La pobre!              
Un día, ya habíamos ido más veces, nos sorprendió mucho su manera de reaccionar. Algo había cambiado en su manera de reaccionar. Según nos acercábamos a nuestra casa, al otro lado de la cortijada, nos ladró como siempre, pero en vez de huir parecía que nos hacía frente. Nosotros avanzábamos, ella se iba retirando. Hacía tiempo que no nos ladraba cuando llegábamos. Imagino que esperaba los restos de comida. Y sin embargo, seguía ladrando. No dejó de hacerlo hasta no estar convencida de que no pasaríamos al otro lado de la era, más allá de  nuestra casa.
       Aquello tan nuevo nos sorprendió. Al principio ladraba al bajarnos del coche y luego se escondía. Luego dejó de hacerlo y otra vez nos ladraba, pero sin esconderse.  ¿De qué tenía miedo ahora? En todo caso no le dimos gran importancia. Descargamos las cosas, abrimos las ventanas, quitamos las fundas, limpiamos un poco, lo de siempre.
       A la tarde, cuando salimos después de comer, Chispa volvió a hacernos frente. Eso era más raro. Preguntamos a los vecinos. Y con sus explicaciones comprendimos lo que le pasaba.
Chispa había parido unos días atrás. Todos los años ocurría. Su dueño se deshacía de los cachorrillos nada más nacer. No sé, ni quiero imaginarme, lo que haría con ellos. Este año había dejado uno vivo. Al parecer pretendía criarlo con la madre hasta los dos meses para luego dárselo a su sobrino. Federico es una persona con muchísimos sobrinos, siempre me ha llamado la atención la cantidad de ellos que tiene. La verdad es que en La Hueta y por aquellos pueblos todo el mundo está emparentado. Mi abuelo, por ejemplo, tiene primos por todas partes. A cualquier pueblo de los alrededores que vaya se encuentra dos o tres. Mi madre  dice que por allí se llaman primos no sólo a los hijos de los hermanos de los padres, sino también a los de los primos, en cualquier grado. Imaginaos. Es una forma de entender la familia. Os pondré un ejemplo.
Un día estaba con el abuelo en Benatae, que es un pueblecito de por allí. Me dijo:
--Vamos a acercarnos a ver qué ha sido de mi primo Terencio.
Porque allí los nombres de la gente son muy especiales. Suenan a romanos, a griegos o a alemanes. Según mi padre.
-- Por aquí se mantuvieron los nombres romanos y griegos durante el tiempo de los árabes, supongo que como forma de contestación. Luego, cuando Carlos Tercero repobló la zona de La Carolina, muchos de los alemanes se vinieron para estas tierras. ¿No habéis visto la cantidad de rubios con los ojos azules que hay?
Puede que tenga razón. La cosa es que le pregunté quien era ese Terencio y por que era primo.
--Es nieto de Maria Francisca la prima de mi abuela.
No pregunté más. ¿Os dais cuenta? Pues él seguía llamándole primo. Y a saber que clase de primas eran mi bisabuela y esa Maria Francisca.
Me lío. Es que hay tantas cosas diferentes por allí. Bueno, el caso es que la perra tenía miedo de todo el mundo porque temía le quitaran su cachorro. Prácticamente no hacía otra cosa sino acercarse a beber agua al lavadero, buscar algo de comida, sin alejarse mucho, y cuidar a su cachorrillo.
Conociendo la situación, procuramos no acercarnos al lugar donde tenía al perrillo. Esto era un poco más adelante, al pie de la era, en unas cuadras de su amo.
Por la tarde, cuando nos reunimos la pandilla, me contaron todo con pelos y señales. El hijo de Chispa, que era marrón como su madre, todavía no había abierto los ojos. Santi lo había visto por la gatera cuando la perra había ido a beber.
Un par de días después, al abrir los postigos de la ventana que da a la era, vi al perrillo.
Primero apareció la madre mirando a un lado y a otro. Se paraba y volvía la vista atrás. Claramente estaba inspeccionando el terreno. Luego regresó al borde de la era y salió con su pequeñín.
El cachorrillo era igual que su madre, tal como habían dicho los chicos.  Marrón oscuro, de hocico corto con un rabito de punta blanca. No tenía la quemadura, claro. Parecía de juguete. Avanzaba con garbo, sin separarse de su madre más de un palmo. Pero con la cabeza levantada. ¡Una monada de perro!
Chispa avanzaba con su hijo por la era con aires de reinaParecía mentira, no la reconocía. También ella llevaba la cabeza levantada y, de vez en cuando miraba hacia su hijo.
Alguien hizo ruido en la calle. En segundos, Chispa giró la cabeza. No ladró ni nada, pero el cachorro retrocedió hacia el lugar de donde había salido. Ya no se le veía. La perra quemada volvió a ser la de siempre. La cabeza agachada, huidiza la mirada, caminando agazapada. Y ladraba. Retrocedía y ladraba.
Durante los días que estuvimos entonces, le acercaba los restos de comida hasta delante de la gatera. Ella me ladró al principio. Luego, cuando se aseguro de que no le haría nada al cachorro y además le llevaba comida, dejó de hacerlo. Eso sí, se retiraba a un lado mientras dejaba la comida, sin dejar de mirarme. ¡Por si acaso!
Yo me iba dentro de casa y me asomaba a la ventana. El cachorrillo salía despacio, comía un poco de lo que había dejado y se volvía a meter. Sólo entonces la madre comía lo que quedaba. Ya procuraba yo que esos días a todo el mundo le quedaran restos, sobre todo si había carne.
--¿Vas a comerte ese trozo? Tiene mucho gordo y no te va a sentar bien. ¡Déjaselo a los perrillos!
Ellos me miraban con cara de risa y se dejaban alguna cosa más de lo corriente. La pena es que no habíamos llevado a Escot. Cuando lo hacemos llevamos también su comida y eso les hubiera servido a Chispa y a su hijo. La próxima vez que viniéramos,  aunque no trajéramos a nuestro perro, ya me encargaría yo de traer un paquete de pienso compuesto.
Volvimos mucho después, casi tres meses después, no me acuerdo por qué. Me acordé de preparar un paquetito especial. Se lo explique a mamá, le hizo gracia y me dejó. Tampoco esa ves íbamos a llevar a Escot, así que tenía que hacerme cargo de ello.
Cuando llegamos a la entrada vimos a Chispa. Me bajé del coche allí mismo, junto al lavadero. Había llevado el paquetito a mano para ponerle un poco a los perrillos nada más llegar.
La perra empezó a ladrarnos como al principio. La cabeza ladeada, escondiéndose. Estaba claro que no había cachorro. ¡Seguro que se lo habían quitado! ¡No había derecho!



No hay comentarios:

Publicar un comentario