miércoles, 3 de octubre de 2012

NACIONALISMO MUSICAL

      Suelo escuchar "la dos" de Radio Nacional desde hace más de cuarenta años. Ultimamente de modo entrecortado pues les ha dado por programar demasiada palabra con detrimento de la música. Además, supongo que por necesidades de programación, más composiciones contemporáneas de las que soporta mi oído.
   Con todo y pese a que la calidad de los locutores ha descendido considerablemente, aún recuerdo la voz de Araceli en la hora del oyente, suelo conectarla.
    La otra mañana entrevistaban a un músico reconocido que se declaraba catalán a ultranza. Mis respetos.
     Lo que me resultaba discutible eran sus afirmaciones sobre la nacionalización de la música.
       Hablaba de música andaluza (Falla, decía), catalana (Albéniz y él mismo) y castellana (Granados entre otros).Está claro que no hablaba del lugar de origen sino de una calidad que él percibía y localizaba ¿la melodía?, ¿el ritmo? ¡Vaya Vd. a saber!
    ¿No se están pasando "un pelín"? ¿Hasta donde vamos a llegar con ese localismo político al que llaman nacionalismo? ¿No está trasnochado? Suena decimonónico por más que algún político consiga mover a las masas para reinvindicar algo que sólo conviene a las clases dirigentes. Incluso olíticos se dicentes de izquierda se apuntan a esa disgregación.
     No lo entiendo. Pasemos.
     A alguna de mis lectoras les ha parecido bien la republicación de "Recetas..." Allá va la segunda muy decimonónica también.


                                  PUCHES DULCES
                          
1 de mayo de 1939.
 De los periódicos:
“...Orden Ministerial... se prohibe el sistema pedagógico de coeducación... contrario a los principios religiosos del  Glorioso Movimiento Nacional... es imprescindible su supresión por antipedagógico y antieducativo...”  

      El personaje saltó en medio de mi sueño y comenzó a hablar:
“—Buenos días. Perdone que me presente así, de improviso. Está usted escribiendo de dos temas apasionantes.
            Por un lado “los puches”. El más simple de los postres de cocina, pero no el menos delicioso. No he vuelto a encontrarlo. Era una crema exquisita y ¡cuan sencilla! Veo que ha puesto azúcar. Entonces era sacarina. El azúcar, mi madre al menos, la reservaba para postres más complicados.
 Los puches eran el sabor de lo inocente. Incluso lo del limón es un refinamiento innecesario. Sacarina, harina, agua y, lo más importante, mano de madre. Una hora al menos. Yo creo que menos harina. Y la canela entonces era sucedáneo. Lo importante era la mano femenina removiendo el cocimiento, ¡Ah! Servidos algo más que tibios, calentitos.
Y perdone usted que me meta en su libro, pero el asunto no es para menos. La separación de sexos en las escuelas.
La cosa había empezado en los años veinte con Claparede, Decroly y la Montessori. En España había un antecedente. Ferrer Guardia y su escuela anarquista. Le ajusticiaron, lógicamente.
Luego vinieron las ideas de igualdad, el cine y la revolución rusa, al revés  cronológicamente.
No me alegue que no tienen nada que ver unas cosas con otras. Todo está vinculado.
El caso es que las escuelas públicas comenzaron a aplicar las “ideas renovadoras” y a educar a los niños y a las niñas juntos. La coeducación. De la mano de la república, claro.
Por supuesto la gente bien pensante siguió llevando a sus hijos e hijas a los colegios de religiosos. No digo solo los pudientes. Había colegios religiosos para todos los bolsillos. Los jesuitas, agustinos y dominicos, en niños; las teresianas, jesuitinas, josefinas, etc., en niñas; de acuerdo, para las clases dominantes. Pero había una pléyade de órdenes dedicadas a las clases bajas. Salesianos, marianistas, maristas, claretianos... Monjas y frailes. También había gente de orden entre el pueblo llano.
Todo se trastocó con la desastrosa “coeducación”
Niños y niñas aprendiendo las mismas cosas. ¡Un disparate! Lo siguiente fue cuestionar la religión, la familia, las instituciones. En una palabra: el orden.
 Mire, hay un orden que no se puede romper impunemente. La mujer, y lo aseguro como caballero que soy, es la esencia de la vida. Es la madre, la hermana, la esposa. Ningún hombre razonable puede dudar de su trascendencia en cualquier sociedad. ¿Qué tipo de tal tendríamos si no diéramos a la mujer su puesto principal, preponderante. Pero, en su papel.
Como acicate, provocación, incitación, ideal, consuelo, apoyo moral y un sin fin de delicadas tareas que precisan de una especial sensibilidad, como es la femenina. No le voy a decir lo de “reposo del guerrero” que parece un papel secundario. Puestos a decir clichés, pondría “antorcha del caballero”, más espectacular.
Yo preguntaría a las señoras, ¡señoras!, si creen que la mujer ha ganado algo con todo esto que nos trajo la coeducación. Trabajar fuera del hogar. La lucha por la vida. La “realización personal”.
Mire a su alrededor. ¿Son más felices las mujeres ahora, tras la cacareada “liberación femenina”? Violaciones, violencia doméstica, paro.
¿Se ha dado cuenta de que si las mujeres estuvieran en sus casas cuidando el hogar sobrarían puestos de trabajo? Pues ¿y la violencia juvenil, originada por esa falta de la madre en su sagrado puesto?
Porque las lacras sociales no mejoran cuando la mujer “se libera”.
La prostitución, por ejemplo. ¿Ha descendido tras la coeducación? No, señor. Ha salido de los burdeles donde no creaba eso que ahora llaman “alarma social”. No sé hoy, porque es difícil hacerse cargo desde mi tiempo de esa vorágine que la “igualdad de sexos” ha creado. Entonces, los lupanares eran unos sencillos lugares de acogida donde los caballeros satisfacíamos las “fantasías” eróticas que, lo comprendíamos bien, no podíamos imponer a nuestras dignas esposas, a las madres de nuestros hijos.
 Algunos, más pudientes, podían permitirse el lujo de tener una “querida” para los mismos menesteres. Pero nada de ello iba en desdoro de la diosa del hogar, la esposa, la madre, la reina de la casa.
Luego vino la coeducación y la mujer fue quien salió perdiendo. De reina del hogar a funcionario de oficina. De admirada flor de invernadero a cirujano, abogado, economista. Metida de lleno en la suciedad que, no me lo niegue, hay en todas las profesiones.
Hay algunas, lo admito, en que el papel de la mujer es un poco como la extensión de esa esposa y madre bienhechora. Maestras de niñas, enfermeras. O aquellas otras que precisan de la minuciosidad y delicadeza propia del sexo femenino. Modistas, bordadoras, planchadoras, incluso decoradoras, diseñadoras de moda. Aceptable para mujeres solteras. Pero, una vez casada la mujer debe ser el altar donde se quema el incienso hogareño.
 Lejos de la contaminación, no expuesta a oír quien sabe cuantas barbaridades, libre de gestos e insinuaciones que ofendan su sensibilidad
Si se hubiera cumplido la normativa que proponían Franco y la Iglesia... No me salga con lo de Católica. Pues claro que católica. La iglesia es una. La de Roma.
Le decía que si esos ideales de educación, naturalmente separada por sexos, se hubieran cumplido, con una adecuada educación diferencial, no tendríamos la actual situación de divorcios, juventud insatisfecha, violencia, drogas. ¡Si el alcoholismo femenino está superando al de los hombres! ¿Puede creérselo?.
Pero las ideas liberaloides se metieron por todas partes. En el Ministerio de Educación que, con un erróneo concepto de la permisividad, hizo la vista gorda en tantos y tantos centros privados. En la Iglesia, por un mal entendimiento de la doctrina papal, que nunca se llevó bien con el comunismo aunque haya hoy quien diga lo contrario. ¡En los conventos, en los colegios religiosos! Queriendo modernizarse, para no perder clientes, atraer a la juventud...
La escuela pública está muy bien para el pueblo, pero ¿por qué les damos a los pobres lo que no queremos para nuestros hijos?
 Las clases dirigentes, aquí y en el extranjero, educan a sus hijos e hijas en centros de estricta separación. Los niños con los niños. Y aquí queriendo ser populistas damos al pueblo lo que los ricos evitan. ¿Cómo no nos vamos a quejar cuando hasta en los colegios de monjas hay “coeducación”?
 Pero el que puede lleva a sus hijos a colegios separados ¿O no?
Mire, señor, por este camino... ”
Y desapareció sin dejar rastro. Bueno, sus palabras han quedado ahí.

                INGREDIENTES PARA SEIS COMENSALES

Dos cucharadas soperas de harina de trigo, poco colmadas.
            Seis cucharadas rasas de azúcar.
            Un litro de leche.
            Una cáscara de limón.
            Canela molida.

            En un cazo se pone a hervir la leche con la cáscara de limón y el azúcar removiendo de vez en cuando hasta que entre en ebullición. Se retira un poco del fuego para que continúe hirviendo muy lentamente al menos diez minutos.
            En una sartén honda se echa la harina poniéndola a fuego lento para que se tueste ligeramente, removiendo de modo que se haga por igual. Cuando toma un color de tierra tostada se le añade muy lentamente la leche con el azúcar y el limón, evitando se formen grumos.
Se hierve durante una media hora sin dejar de agitar. Si se formaran grumos, deben deshacerse con la espumadera.
Poco a poco irá tomando consistencia hasta quedar como una crema espesa.
Se sirve en cuencos individuales, todavía tibia, con un poco de canela molida por encima.
Se puede “pinchar” verticalmente un bizcocho de soletilla o una galleta maría en cada cuenco. 

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