Soy un hombre otoñal, por edad, por educación, por estética y por sensibilidad.
Siempre encontré en el otoño la época de más fácil de encuentro conmigo mismo. Días cortos, noches largas. Tiempo para leer, para pensar, para contemplar la caída del sol entre nubes. Y ahora tiempo para escribir también.
Comentaba hace un rato con un amigo, por teléfono, que le estoy dando vueltas y vueltas a mi última novela sin animarme a terminarla. Puede que por algo de pereza, pero sobre todo porque terminarla supondrá la obligación moral de intentar publicarla. Eso obligaría a exponerla a que unos "profesionales" del ramo la sometieran a todas las vejaciones que ha de seguir un libro antes de llegar a imprenta. Y a mí con ella. Por eso alargo y alargo las revisiones. Supongo que al final la publicaré aquí por capítulos, muchos porque es larga, mientras me quede ánimo. No tendrá demasiados lectores, pero me conformaré.
Va para vosotros un nuevo cuento de "Cosas de La Hueta" que tampoco se publicó. Son pequeños artículos sobre las vivencias de mi hija allí. Se escribieron para lectores de seis a doce años, hace ya casi veinte.
LUZ DE SOL EN CONSERVA
Supongo que sabéis lo que es la energía solar. Bueno, lo
de que la luz del sol es energía y todo eso. Seguro que en el cole os lo han
explicado. Ahora está muy de moda hablar de eso y, a lo mejor, cuando seamos
mayores lo entendemos mejor. Tampoco yo le daba mucha importancia. Pensaba que
era una más de esas cosas que se aprenden porque hay que saberlas aunque no
sirvan para nada. Pero descubrí que hay mucho más. Y hasta se puede ver. Me
refiero a la luz que produce el sol cuando es de día y se usa cuando es de
noche. Parece una broma, pero no.
Hasta que no llegué a La Hueta,
ni siquiera había oído hablar de ella como algo real. Me explico.
En los libros del cole se
habla de Energías Alternativas. Solar, eólica y todo eso. A mí me sonaba a
chino. Ni se me ocurría pensar que aquello podía ser de verdad. ¡Pues lo era!
En aquel pueblo, tan chico que no era ni pueblo, en cada casa fabricaban su
propia luz. Y no estaba nada mal. Veréis.
Al
entrar en casi todas las habitaciones se encendía la luz como en la ciudad, con
una de esas palanquitas blancas que se aprietan y ya. Pero aquella era nuestra
luz, no venía de ninguna parte. La producía el sol directamente para nosotros.
Se acumulaba en una batería y, cuando hacía falta, se gastaba. ¿Increíble
verdad?
Vamos a ver. En La Hueta no
hay cables que traigan la luz porque, al parecer, al estar rodeada de bosques
es peligroso por los incendios y todo eso. Eso dicen unos. Otros dicen que las
compañías de electricidad no quieren gastarse el dinero en poner la instalación
porque les costaría mucho dinero y papeleos, que los ayuntamientos sólo se
preocupan si hay mucha gente que pueda darles votos en las elecciones y que el
gobierno no da facilidades. Esas cosas de los mayores.
Aquí los que tienen casa,
aunque no vivan todos los días del año; sólo Manuel y Herminia en La Hueta Alta
y Valeria, nuestra vecina en La Hueta Baja, lo hacen; se pasaron muchos años
pidiendo que les pusieran la luz. No les hacían ni caso. Luego hubo un
“Proyecto para Electrificación de las Zonas Rurales mediante Energía
Fotovoltaica”, ya sabéis como les gusta poner nombres que suenen mucho, y
montaron este invento. No era lo mismo que la electricidad normal, pero la
gente se quedaba contenta porque resultaba barato.
El caso es que, mucho antes de
comprar nosotros la casa, pusieron luz de energía solar en casi todas las casas. Es decir un sistema por el cual el
sol produce energía. Ésta se almacena en unas baterías grandes como las de los
camiones o mayores y se usa cuando hace falta para encender las lámparas que
son como las de las cocinas, esas de la luz blanca.
A mí al principio me resultaba rarísimo. Sí, lo había
estudiado. Pero no es lo mismo estudiarlo que tenerlo en tu casa de verdad. En
la ciudad la electricidad llega por unos cables que antes estaban por fuera y
ahora los metieron por el suelo. O sea, que llega de fuera. Pues aquí no. Aquí
en cada casa fabrican su propia luz y la guardan para cuando es necesaria. Es
como tener luz en conserva. Veréis.
En lo alto del tejado hay unas placas, paneles solares les
llaman. Son como unos espejos muy raros. Largos y oscuros. El de nuestra casa
se ve desde el monte, pero hay otros que se ven desde la calle, supongo que
serán iguales. De lejos lo parecen. No se de qué manera recogen la luz cuando
les da el sol, o sea durante el día. Por unos cables esa energía, no me
preguntéis cómo que no lo sé, va acumulándose en la batería, que allí esta en
las cámaras como llamaba mi madre a la buhardilla. Otros cables comunican con
un aparato al que llaman regulador y de allí salen cables hacia las
habitaciones. Cuando ya no hace sol, con la energía conservada en la batería se
alimentan las luces. También se puede encender de día aunque no suele hacer
falta.
Es como si tuviéramos una pila
recargable muy gorda y que sirviera para iluminar todas las habitaciones y
hasta la puerta de la casa.
La luz no es del todo igual a
la normal de las ciudades. En vez de bombillas usamos barras de luz como las que se ponen en las cocinas.
Por lo pronto no puedes enchufar lavadoras ni frigoríficos. Mi padre dice que
se podría hacer, poniendo más paneles, pero eso resultaría muy caro y no lo
haremos, por el momento. Así que nos quedaremos sólo con la luz de alumbrado.
A mí eso no me crea problemas, si tuviera que lavar lo
haría en el lavadero de la entrada que resulta mucho más divertido, ya os
hablaré de él, pero a mis padres les gustaría tener frigorífico, aspiradora y
todo eso. Se tienen que aguantar y dicen que no les importa tampoco. ¡Ellos
mismos!
Me preocupa más no tener televisión. Se podría poner una
especial, hay un enchufe muy raro, pero ellos dicen que no tener televisión es
lo mejor de la casa. No acababa de entenderlo.
A veces ocurre, cuando se encienden muchas luces al mismo
tiempo, que empieza a sonar un pitido en toda la casa. Sale del regulador ese
del que os he hablado antes. No es un ruido muy fuerte aunque me pone muy
nerviosa. Entonces hay que subir al cuarto de mis padres, donde está el aparatito
detrás de la puerta, y apretar un botón.
Eso quiere decir que la carga de la batería está a punto de agotarse. Si no aprietas el botón enseguida se apagan
todas las luces y ya no hay luz en conserva hasta el día siguiente cuando
vuelve a dar el sol. En verano no suele suceder. Hay más horas de sol que de
oscuridad. A nosotros nos ha pasado en invierno, pero eso fue mucho después.
Había habido muchos días con
nubes cerradas, lloviendo y todo eso. Nos lo contó Herminia. Hasta ellos se
habían quedado sin luz. Íbamos todos, mis hermanos también, y encendimos
demasiadas luces. Al poco rato aquello
empezó a sonar. Mi padre nos hizo apagar todo, le dio al botón y estuvimos esa
noche encendiendo lo imprescindible. Al día siguiente aunque no hizo sol, sol,
había luz suficiente y se volvió a cargar la batería. Porque los panales
funcionan aunque el sol no les de de lleno. Mi padre dice que es suficiente la
luz difusa de un día claro aunque no se vea el sol. Yo no lo entiendo
demasiado, pero debe ser así.
Por eso tenemos cuidado en no dejar las luces encendidas
y encender solo las necesarias. Mis padres lo encuentran educativo. Ellos
siempre están diciendo esas cosas. A mi me fastidiaría si no fuera porque cuando
se va la luz tenemos que usar linternas, velas y quinqués. Eso resulta divertido.
En la cabecera de la cama hay siempre una vela, con
cerillas, y una linterna, por si nos levantamos de noche. En el zaguán; encima
de la chimenea, de la mesa y de un pequeño aparador de madera que han traído de
Madrid; hay velas que se encienden por la noche para poder apagar la lámpara.
Eso le da a todo un aire de cuento que me encanta. A ellos también les gusta
eso de iluminar con velas y quinqués. Dicen que es muy romántico. No acabo de
entenderlo, pero bonito sí lo es.
Como todavía no han puesto luz fija en muchas partes de
la casa; ni en la cocina, ni en el cuarto de baño, ni en las cámaras; para ir a
ellas hay que llevar una palmatoria con una vela encendida. Tiene su gracia. Andas
por la casa como si estuvieras dentro de una película de misterio, o de
policías. O, mejor, una de esas en que salen vestidos de antiguos, con
princesas, espadachines y todo eso. Yo aprovecho cada vez que puedo para
encender una vela y pasearme por la casa con ella en la mano. ¿Os imagináis?
Mamá a veces me pesca subiendo las escaleras en plan Escarlata O’Hara, la de
“Lo que el viento se llevó”, no sé si la habréis visto. Es una película
larguísima y un poco pesada, pero la chica lleva unos vestidos preciosos.
Bueno, a lo que iba. Mi madre se echa a
reír y cuando le pregunto por qué lo hace contesta algo así como:
--Por nada, por nada. Es que
estás monísima con la vela en la mano. Pero ten mucho cuidado aquí el fuego es
siempre peligroso. Además te puedes quemar.
¡A ver si cree que soy una
niñita! Eso es lo malo de los mayores, que no se fían de lo que podemos hacer. A
mis hermanos nunca les dicen nada y eso que a veces son muy descuidados.
La única pega de esas
lámparas, a las barras blancas me refiero, es que no tienen una luz demasiado
potente. Papá no me deja leer por la noche, dice que fuerzo la vista. Y eso que
la de mi cuarto me parece a mí que ilumina más que las otras. Debe ser porque
es más pequeño y se reparte mejor. A mí me gusta mucho leer, sobre todo en ese
ratito antes de dormir. Me ayuda a
prepararme los sueños de la noche. En Madrid lo hago siempre antes de dormirme.
Antes, cuando era pequeña, ellos me leían un cuento o lo que fuera. Hasta que
aprendí a leer. Aquello tenía sus ventajas, pero, como dice mi madre, “me
quitaba intimidad”. Bueno, os confieso que todavía alguna vez mi padre me
cuenta historias que se inventa. Ya os las podéis imaginar. Todas son como
fábulas para decirme, de alguna manera cosas que he hecho bien o cosas que he
hecho mal. Muy educativas, como les gusta a ellos, ya sabéis. Me gustan sobre
todo porque me duermo escuchándole y eso da mucho gustito.
De todos modos en La Hueta
llego siempre tan cansada a la cama que
no me daría tiempo para nada.
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