miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿NOS TOMAN POR TONTOS?

         Termino de abrir las cartas que me llegan por el correo normal. Facturas y notificaciones, claro. Me da la impresión de que ya nadie usa la correspondencia postal. La verdad es que a mí me gustaba. Tardaba mucho, es cierto, pero obligaba al receptor a contestar de un modo proporcional.
        El caso es que tras leer las comunicaciones previas a los recibos de la luz, del agua, de los bancos, me he quedado "así como traspuesto".
        Se supone que mandan esas mensajes para aclarar los conceptos y que nos enteremos bien de por qué nos cobran eso. ¡Pues yo no me entero!
        Tendría que leerme las órdenes ministeriales que citan, hacer los cálculos correspondientes y comparar los recibos anteriores. Supongo que con un par de horas por recibo tendría suficiente. No me siento demasiado torpe. ¿Tendría sentido?
        Así que me doy por enterado y amontono los papeles junto a la chimenea. Al menos en su día servirán para algo.
        He de confesar que me siento estafado.
        Como cuando nuestros políticos; los electos, sí; dicen por TV. las cosas que dicen. ¿Se lo creen? Es verdad que en su día metimos en las urnas nuestro voto a favor de unos u otros. ¿Y ahora? ¿Tienen derecho a ningunearnos con toda tranquilidad? Imagino que conducir el carro del Estado ha de ser muy difícil. Tenía la idea de que ellos eran la élite del país. ¡Que decepción! ¿O es que no se puede gobernar sin engañar a los gobernados?
         Leí en su día lo de "Cada pueblo tiene el gobierno que se merece". ¡No me lo puedo creer! ¿Tan miserables somos?
         Incluyo un cuento de las "Historias de La Hueta", el cuarto del libro, no publicado tampoco. Espero que os quite el mal sabor de estas reflexiones. Me consta que no vale gran cosa, pero a mí me conmueve cada vez que la leo.
                         
                                   HISTORIA DE LAS BRUJAS (...... -......)

         En lo alto del monte, entre la piedra del agujero y la que parece un castillo, hay un pequeño grupo de rocas oscuras con una extraña forma. Son como tres aves de rapiña lanzándose sobre una misma presa. Hacia arriba las alas y los picos abajo.
Desde lejos apenas se distinguen. Parece una torrecilla vertical. Según se aproxima uno, van diferenciándose unas de otras, se ven los espacios intermedios. Desde debajo, están sobre un altozano, impresiona su aspereza, su increíble permanencia en pie. Tienen un aire entre terrorífico y conmovedor.
La gente de la sierra dice que son las brujas.
Por aquí ha habido brujas, según cuentan,  desde siempre. Hay muchas leyendas. No son señoras malas ni nada de eso. Son mujeres muy sabias que conocen los secretos de los árboles y de las plantas. Saben del cuerpo y de la mente de las personas.
         Igual que la gente normal, unas hacen cosas buenas y otras cosas malas. Siempre se las ha temido, fueran buenas o malas, como se teme lo desconocido, lo que no se comprende. Cuando a alguien le pasa algo malo se piensa en ellas. Pero también se acude a ellas para remediar el mal. Se las teme, pero se las respeta. ¿Se las quiere? En algunos caso también.
Conocimos una maravillosa. Severa. Tenía casi cien años. Era una de esas mentes claras, dispuesta a comprender a todos, a admitirlo todo. Con una memoria increíble, recordaba los sucesos presenciados desde niña. Para ella todo era. No bueno ni malo, nada más era.
         Todo el mundo la quería. Por detrás decían que era bruja, aunque siempre añadían, “pero de las buenas”.
         Una mujer de dulzura singular. Delgada hasta el extremo, su cara, afilada y huesuda, destilaba bondad. Sus ojos negros, profundísimos, emanaban cordialidad, alegría, afecto. Desgraciadamente murió cuando estaba a punto de cumplir los cien años. No puedo certificaros a pies juntillas si era o no bruja. No entiendo mucho de ello. Sí os aseguro que Severa fue uno de los personajes más importantes con los que he tropezado en mi vida. Siempre estaré orgulloso de haberla conocido.
 Aún guardamos en lugar de honor, las alforjillas tejidas que nos regaló.
--Ponedlas en el salón. Así siempre estaré con vosotros.
         Y allí están. No os sabría decir por qué. No son bonitas, incluso diría que quedan ridículas colgadas en lo alto del espejo sobre la chimenea, pero cuando las miramos sentimos a Severa.
Volviendo a nuestra historia de la montaña.
Sentados en el porche, una de aquellas tardes, cuando todavía los rayos del sol iluminaban el borde de la montaña poniendo en las rocas un tinte anaranjado, nos fijamos en aquella extraña formación de piedra. Dejamos que nuestra imaginación volara hasta el pie mismo de la roca. Forzamos un poco su misterio. Provocamos su voz y escuchamos.
Sonaba como el viento  huracanado, aunque no se movía una hoja. Como agua cayendo desde lo alto. Como el aleteo de grandes aves. ¿Fuera o dentro? No os lo sé decir. Lo oíamos y, uno u otro, lo íbamos repitiendo en alta voz. Y esto es lo que cantaba la roca de las brujas:

Desde que existe el mundo hemos estado.
Surgimos de las aguas del mar cuando
 estalló la tierra y se alzó formando las montañas.
No habían llegado todavía los hombres,
 pero ya dominábamos los  valles las tres hermanas.
 Durante muchos evos fuimos masa sin forma.
 En lo alto, esperando nuestro momento.
 Los años y la lluvia, las tormentas y el hielo,
 deshicieron el barro que  nos cubría.
De dentro de la tierra surgimos poco a poco las tres hermanas.

Juntas nuestras cabezas sobre la presa,
Flotantes nuestros cuerpos allá en la altura,
 las túnicas al aire. Oscuras en lo alto de la montaña.
Cuando el hombre llegó descubrió nuestra forma
 y tuvo miedo de las tres hermanas.

Veíamos llegar a los humanos de muy lejos.
Cazaban y cogían los frutos de los árboles.
Luchaban entre si por casi nada. Morían y pasaban.
Arriba, en lo alto de la sierra, observando su continuo fluir,
 quietas siempre, permanecíamos las tres hermanas.

Dominaron a las bestias salvajes, al uro y a la cabra.
Echaron las semillas y aprendieron a recoger sus frutos.
Aportaron la luz a la noche serrana sus hogueras.
En cavernas dormían, pintaban en las rocas.
  Retumbaban sus voces bajo las tres hermanas.

Otros, más tarde, construirían cabañas como albergue.
Adoraban las piedras y las fuentes, al cielo y a la tierra,
a la Luna y al Sol. Sacrificaban lo que más querían
a sus dioses lejanos. También pasaron.
El hombre es cual pavesa para las tres hermanas.

Continuaron viniendo, de un extremo y del otro,
 cubiertos  de metal, con  armas más temibles.
Hacían sus cabañas cada vez más extensas.
Ponían cercas al campo. Morían y pasaban.
Quietas, observándolo todo, las tres hermanas.

Hubo luchas y guerras. La sangre de los hombres
abonaba los campos y los frutos surgían de la muerte.
Trazaban los caminos, corrían los bosques montados en sus bestias.
 Duraban un momento y otros les sucedían,
 evitando pasar junto a las tres hermanas.

Reventaron las rocas para sacar metales de la tierra.
Y siguieron cambiando como cambiaba el tiempo.
 Marchaban y volvían, como el invierno antes de primavera.
En lo alto, vigilando ambos valles, nosotras.
Siempre juntas. Las tres hermanas.

Venían en bandadas y traían sus dioses.
Ídolos de piedra que cambiaban de forma,
maderas de colores, estrellas, medias lunas.
Llegaban y pasaban como briznas al viento.
Nunca le entendimos las tres hermanas.

Eran tan sólo hombres que morían.
Trabajaban, luchaban y caían.
Intentaban dejar su huella impresa de algún modo.
Débiles y valientes,  llegaban y se iban.
Llegamos a admirar a los mortales las tres hermanas.

Luchas aún más sangrientas. Sus cortas existencias
perseguían los unos a los otros. Por tener más.
Suelo y piedras, tierra y agua. Acortando unas vidas ya tan breves.
Quemando bosques  para mejor  luchar contra si mismos.
¡Gran lástima le tuvimos al hombre las tres hermanas!.

A nosotras vinieron para hacer mayor daño a otros.
Vestían  ropas extrañas y hacían ceremonias a nuestros pies.
Verter  vimos la sangre de animales y hombres
invocando un poder que nada les duraba. 
Y cobramos al hombre horror las tres hermanas.

Agrandaron caminos, inventaron las máquinas. Iban, venían.
Cultivaban los campos, quebrantaban las peñas para hacer sus mansiones.
Derramaban basura, incendiaban los bosques,
Agotaban las aguas de las fuentes y llenaban el aire de venenos calientes.
Desde la altura temíamos al hombre las tres hermanas.

Más con ellos estaban sus criaturas. Pequeños, sin malicia todavía.
Jugaban sin temor en la espesura.
Sus risas y sus juegos alegraban los bosques.
Eran solo un momento en la vida de cada ser humano,
pero ese poco tiempo llenaba con su luz todo el entorno.
Sus canciones y  gritos traían un aliento de vida hasta las tres hermanas.

No duraba gran cosa su inocencia. Pronto les poseía la fiebre del poder,
de la lucha, del oro. Pero, mientras seguían siendo niños,
llenaban de alegría todo cuanto tocaban.
 Apenas nacidos corrían y gritaban llenando con sus voces
 el aire en torno de las tres hermanas.

No había ambición ni maldad que brotara de ellos.
Tomaban de las cosas lo que pudieran darles.
Juntaban sus voces con el rumor del viento,
con el canto de pájaros y el murmullo del agua.
Desde lo alto admirábamos aquel hermoso instante las tres hermanas.

A veces llegaban aquí arriba, hasta nosotras.
 Nos tocaban sin miedo con sus manos,
 jugando alrededor con coronas de flores,
 con ramos de laurel, con bayas rojas, con bellotas de encina.
Se escondían entre  nuestros mantos  y guardaban en ellos sus tesoros;
una piedra brillante, una flor, un saltamontes muerto;
dejando entre los pliegues un suspiro, una canción, su risa. 
Viviendo con la fuerza de que eran capaces.
Peleaban jugando cual cachorros del lobo.
 Sentían el momento como si fuera un siempre.
Y era por esos niños,bulliciosos y alegres, incansables y …débiles,
que amábamos al hombre las tres hermanas.







 

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