viernes, 7 de septiembre de 2012

OTRO CUENTO

Es el capítulo segundo del libro que escribí para mi hija Marta. Puede que no venga a cuento, pero voy sacando lo que no publiqué. Si no os gusta, decídmelo por favor.      
                      
     

                          LUZ DE SOL EN CONSERVA

     Supongo que sabéis lo que es la energía solar. Bueno, lo de que la luz del sol es energía y todo eso. Seguro que en el cole os lo han explicado. Ahora está muy de moda hablar de eso y, a lo mejor, cuando seamos mayores lo entendemos mejor. Tampoco yo le daba mucha importancia. Pensaba que era una más de esas cosas que se aprenden porque hay que saberlas aunque no sirvan para nada. Pero descubrí que hay mucho más. Y hasta se puede ver. Me refiero a la luz que produce el sol cuando es de día y se usa cuando es de noche. Parece una broma, pero no.
Hasta que no llegué a La Hueta, ni siquiera había oído hablar de ella como algo real. Me explico.
En los libros del cole se habla de Energías Alternativas. Solar, eólica y todo eso. A mí me sonaba a chino. Ni se me ocurría pensar que aquello podía ser de verdad. ¡Pues lo era! En aquel pueblo, tan chico que no era ni pueblo, en cada casa fabricaban su propia luz. Y no estaba nada mal. Veréis.
     Al entrar en casi todas las habitaciones se encendía la luz como en la ciudad, con una de esas palanquitas blancas que se aprietan y ya. Pero aquella era nuestra luz, no venía de ninguna parte. La producía el sol directamente para nosotros. Se acumulaba en una batería y, cuando hacía falta, se gastaba. ¿Increíble verdad?
Vamos a ver. En La Hueta no hay cables que traigan la luz porque, al parecer, al estar rodeada de bosques es peligroso por los incendios y todo eso. Eso dicen unos. Otros dicen que las compañías de electricidad no quieren gastarse el dinero en poner la instalación porque les costaría mucho dinero y papeleos, que los ayuntamientos sólo se preocupan si hay mucha gente que pueda darles votos en las elecciones y que el gobierno no da facilidades. Esas cosas de los mayores.
Aquí los que tienen casa, aunque no vivan todos los días del año; sólo Manuel y Herminia en La Hueta Alta y Valeria, nuestra vecina en La Hueta Baja, lo hacen; se pasaron muchos años pidiendo que les pusieran la luz. No les hacían ni caso. Luego hubo un “Proyecto para Electrificación de las Zonas Rurales mediante Energía Fotovoltaica”, ya sabéis como les gusta poner nombres que suenen mucho, y montaron este invento. No era lo mismo que la electricidad normal, pero la gente se quedaba contenta porque resultaba barato.
El caso es que, mucho antes de comprar nosotros la casa, pusieron luz de energía solar en casi todas las casas.  Es decir un sistema por el cual el sol produce energía. Ésta se almacena en unas baterías grandes como las de los camiones o mayores y se usa cuando hace falta para encender las lámparas que son como las de las cocinas, esas de la luz blanca.
     A mí al principio me resultaba rarísimo. Sí, lo había estudiado. Pero no es lo mismo estudiarlo que tenerlo en tu casa de verdad. En la ciudad la electricidad llega por unos cables que antes estaban por fuera y ahora los metieron por el suelo. O sea, que llega de fuera. Pues aquí no. Aquí en cada casa fabrican su propia luz y la guardan para cuando es necesaria. Es como tener luz en conserva. Veréis.
     En lo alto del tejado hay unas placas, paneles solares les llaman. Son como unos espejos muy raros. Largos y oscuros. El de nuestra casa se ve desde el monte, pero hay otros que se ven desde la calle, supongo que serán iguales. De lejos lo parecen. No se de qué manera recogen la luz cuando les da el sol, o sea durante el día. Por unos cables esa energía, no me preguntéis cómo que no lo sé, va acumulándose en la batería, que allí esta en las cámaras como llamaba mi madre a la buhardilla. Otros cables comunican con un aparato al que llaman regulador y de allí salen cables hacia las habitaciones. Cuando ya no hace sol, con la energía conservada en la batería se alimentan las luces. También se puede encender de día aunque no suele hacer falta.
Es como si tuviéramos una pila recargable muy gorda y que sirviera para iluminar todas las habitaciones y hasta la puerta de la casa.
La luz no es del todo igual a la normal de las ciudades. En vez de bombillas usamos barras  de luz como las que se ponen en las cocinas. Por lo pronto no puedes enchufar lavadoras ni frigoríficos. Mi padre dice que se podría hacer, poniendo más paneles, pero eso resultaría muy caro y no lo haremos, por el momento. Así que nos quedaremos sólo con la luz de alumbrado.
     A mí eso no me crea problemas, si tuviera que lavar lo haría en el lavadero de la entrada que resulta mucho más divertido, ya os hablaré de él, pero a mis padres les gustaría tener frigorífico, aspiradora y todo eso. Se tienen que aguantar y dicen que no les importa tampoco. ¡Ellos mismos!
     Me preocupa más no tener televisión. Se podría poner una especial, hay un enchufe muy raro, pero ellos dicen que no tener televisión es lo mejor de la casa. No acababa de entenderlo.
     A veces ocurre, cuando se encienden muchas luces al mismo tiempo, que empieza a sonar un pitido en toda la casa. Sale del regulador ese del que os he hablado antes. No es un ruido muy fuerte aunque me pone muy nerviosa. Entonces hay que subir al cuarto de mis padres, donde está el aparatito detrás de la puerta,  y apretar un botón. Eso quiere decir que la carga de la batería está a punto de agotarse.  Si no aprietas el botón enseguida se apagan todas las luces y ya no hay luz en conserva hasta el día siguiente cuando vuelve a dar el sol. En verano no suele suceder. Hay más horas de sol que de oscuridad. A nosotros nos ha pasado en invierno, pero eso fue mucho después.
Había habido muchos días con nubes cerradas, lloviendo y todo eso. Nos lo contó Herminia. Hasta ellos se habían quedado sin luz. Íbamos todos, mis hermanos también, y encendimos demasiadas luces. Al  poco rato aquello empezó a sonar. Mi padre nos hizo apagar todo, le dio al botón y estuvimos esa noche encendiendo lo imprescindible. Al día siguiente aunque no hizo sol, sol, había luz suficiente y se volvió a cargar la batería. Porque los panales funcionan aunque el sol no les de de lleno. Mi padre dice que es suficiente la luz difusa de un día claro aunque no se vea el sol. Yo no lo entiendo demasiado, pero debe ser así.
     Por eso tenemos cuidado en no dejar las luces encendidas y encender solo las necesarias. Mis padres lo encuentran educativo. Ellos siempre están diciendo esas cosas. A mi me fastidiaría si no fuera porque cuando se va la luz tenemos que usar linternas, velas y  quinqués. Eso resulta divertido.
     En la cabecera de la cama hay siempre una vela, con cerillas, y una linterna, por si nos levantamos de noche. En el zaguán; encima de la chimenea, de la mesa y de un pequeño aparador de madera que han traído de Madrid; hay velas que se encienden por la noche para poder apagar la lámpara. Eso le da a todo un aire de cuento que me encanta. A ellos también les gusta eso de iluminar con velas y quinqués. Dicen que es muy romántico. No acabo de entenderlo, pero bonito sí lo es.
     Como todavía no han puesto luz fija en muchas partes de la casa; ni en la cocina, ni en el cuarto de baño, ni en las cámaras; para ir a ellas hay que llevar una palmatoria con una vela encendida. Tiene su gracia. Andas por la casa como si estuvieras dentro de una película de misterio, o de policías. O, mejor, una de esas en que salen vestidos de antiguos, con princesas, espadachines y todo eso. Yo aprovecho cada vez que puedo para encender una vela y pasearme por la casa con ella en la mano. ¿Os imagináis? Mamá a veces me pesca subiendo las escaleras en plan Escarlata O’Hara, la de “Lo que el viento se llevó”, no sé si la habréis visto. Es una película larguísima y un poco pesada, pero la chica lleva unos vestidos preciosos. Bueno, a lo que iba. Mi madre  se echa a reír y cuando le pregunto por qué lo hace contesta algo así como:
--Por nada, por nada. Es que estás monísima con la vela en la mano. Pero ten mucho cuidado aquí el fuego es siempre peligroso. Además te puedes quemar.
¡A ver si cree que soy una niñita! Eso es lo malo de los mayores, que no se fían de lo que podemos hacer. A mis hermanos nunca les dicen nada y eso que a veces son muy descuidados.
La única pega de esas lámparas, a las barras blancas me refiero, es que no tienen una luz demasiado potente. Papá no me deja leer por la noche, dice que fuerzo la vista. Y eso que la de mi cuarto me parece a mí que ilumina más que las otras. Debe ser porque es más pequeño y se reparte mejor. A mí me gusta mucho leer, sobre todo en ese ratito antes de dormir.  Me ayuda a prepararme los sueños de la noche. En Madrid lo hago siempre antes de dormirme.
 Antes, cuando era pequeña, ellos me leían un cuento o lo que fuera. Hasta que aprendí a leer. Aquello tenía sus ventajas, pero, como dice mi madre, “me quitaba intimidad”. Bueno, os confieso que todavía alguna vez mi padre me cuenta historias que se inventa. Ya os las podéis imaginar. Todas son como fábulas para decirme de alguna manera cosas que he hecho bien o cosas que he hecho mal. Muy educativas, como les gusta a ellos, ya sabéis. Me gustan sobre todo porque me duermo escuchándole y eso da mucho gustito.
De todos modos en La Hueta llego siempre tan cansada  a la cama que no me daría tiempo para nada.



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