miércoles, 27 de junio de 2012

A VUELTAS CON LA SOLEDAD

Aprovechando mi situación de soledad física temporal, repaso mis ideas al respecto.
Entiendo que hay una soledad íntima e irrenunciable. Nos permite ser nosotros mismos. Soy YO porque nadie interfiere en mi devenir. Estar solo se me antoja como intrísecamente vinculado a SER. Los otros, por muy queridos que sean, no rompen esa soledad precisa para ser diferenciado, para ser Yo mismo.
Y están las otras soledades.
Tras cuarenta y tres años de vivir con Ella, su ausencia temporal tiene un algo de ruptura de lo habitual. Inquieta. Se rompen, si bien momentaneamente, los hábitos, las rutinas, los mecanismos que usamos sin conciencia de ello.
Si la ausencia se prolonga varios días, comienza a aparecer la sensación del miembro fantasma. Un ejemplo. Estoy leyendo, levanto la cabeza para comentar... Constatación de soledad.
Se me ocurre que esa es la soledad del ESTAR. Estamos con los demás. Si faltan no dejamos de estar, pero hay un cierto desequilibrio, una percepción diferente de la realidad.
Dentro de esta forma de soledad veo grandes matices.
Los amigos no están. No hay inquietud. ¡Ya les veré! Soledad necesaria.
Los hijos están lejos. Si inquieta. ¿Les llamo? ¿Cómo estarán? ¿Cuánto tiempo hace que...? Respeto su ilibertad, su crecimiento independiente, pero no deja de preocuparme. Soledad conveniente.
Ella no está. ¡Tranquilo! La llamaré esta tarde. Me consta que está bien. Es bueno que disfrute de ese viaje. Satisfecho por ello. Pero me falta. Se rompe mi quehacer diario, mi momento, mi ritmo. Soledad dolorosa. ¡Pasará pronto! La semana que viene iré a buscarla al aeropuerto. Pero hoy la echo de menos momento a momento. Se me va el pie hacia su lado de la cama. Cojo dos copas al poner la mesa. Me extraña ese silencio de la casa.
No es malo estar solo. Siempre lo estamos. ¡Sí, de acuerdo!  Pero ¡cómo la añoro!

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