martes, 19 de junio de 2012

Cosas de La Hueta



Prometí el otro día insertar mis cuentos para que haya alguien que los lea. Las editoriales no parecen interesadas y publicar yo mismo no me convence salvo aquí.
Empezaré por las historias de un pequeño libro que dediqué en tiempos a mi hija Marta.
Hoy será la introducción. Si tiene lectores seguiré adelante poco a poco.
Las fotos son reales, las hice hace años. No consiguen plasmar la belleza de aquellos montes, pero dan una idea. O lo intentan.
                                                                                                                                         
                                                                                    A mi hija Marta.
                                                                                    Recordando la alegría de sus ocho años.

                                                  INTRODUCCIÓN


     La Hueta es una aldea del término municipal de Orcera, casi lindando con el de Siles, ambos en Jaén.
      Está formada por dos pequeñas “cortijás”. Así dicen allí  a las agrupaciones de casas que no llegan a ser un pueblo. A cada una de las casas, pequeñas o grandes, le llaman “un  cortijo”.
     Situada al comienzo de un valle abierto al norte bajo el cerro Bucentaina, en la sierra de Segura. Forma parte del Parque Nacional de Cazorla, Segura y las Villas.
     Un lugar perdido entre montañas y casi aislado.
     El camino de tierra apisonada comunica con la carretera que lleva de Siles a La Puerta de Segura. Otro de poco más de un kilómetro, asfaltado recientemente, con el camino forestal que une la carretera de Orcera a Benatae con el interior de la sierra.
     Rodeado de montañas que parecen muy altas aunque no pasen de los mil doscientos metros, todas las laderas están cubiertas de bosques. La mayoría de los árboles son pinos. También hay bastantes encinas, algunos  robles, pocas sabinas, enebros y, según dicen, tejos.
     La piedra caliza de las montañas ha ido tomando a lo largo de los siglos por efecto de la erosión, el desgaste por el agua y el viento, unas curiosas formas que, vistas de lejos, recuerdan animales, figuras fantásticas y construcciones. Un castillo cristiano, una alcazaba musulmana, un oso, una diosa ibera, un convento, una perdiz, un caballero. Es cuestión de imaginación. No hay que hacer mucho esfuerzo, se adivina enseguida.
     Y agua, mucha agua. Por todas partes corren arroyos, más o menos caudalosos, que las gentes dirigen por acequias hacia las zonas que precisan riego.
     Del origen del nombre se dicen muchas cosas. A mi juicio, tras buscar un poco, lo más seguro es que venga del árabe. Sonaría Al Guatá y vendría a ser como “el balcón del agua”, “donde nace el río” o más sencillamente “el río” o “el agua”.
     Su privilegiada situación hace suponer que ha sido explotada desde la más remota antigüedad. Así parecen confirmarlo las sólidas bases de piedras alineadas que le sirven de cimientos. ¿Hay muros romanos o griegos bajo lo que parece una pared mudéjar? Así lo confirman algunos. Ningún documento acredita nada concreto más allá del siglo diecinueve. Al menos yo no lo he encontrado.
     Descubrimos La Hueta hace poco más de ocho años. Desde entonces nos enamoramos de su paz, de sus bosques, de su flora especial, de sus noches cuajadas de estrellas, de su cielo y de su luz. Por supuesto también de sus gentes, que son pocas.
     En toda España debe haber muchísimos lugares tan hermosos como La Hueta, pero éste es el que yo conozco y, sobre todo, es el que conoce mi hija Marta.
     Ella es la que contaba como veía las cosas de La Hueta cuando estábamos lejos. Yo me limito a transcribirlas. Intento escribirlo tal como Marta lo contaba hace ya...tanto tiempo. Ahora es una joven que tiene otras preocupaciones y necesidades. Espero que dentro de unos años, estas páginas le ayuden a recordar un tiempo en que la vida se le abría gozosa y ella la disfrutaba con la alegría y la frescura de sus ocho años.  
     Son pequeños relatos sobre pequeñas cosas de un lugar pequeño, lejos de las ciudades y de lo aparentemente importante. Me pregunto si son ellas, las pequeñas cosas, lo que verdaderamente da sentido y belleza a la vida.
     Un libro, un pequeño libro, me ha parecido el mejor lugar para recordar su existencia.
     A quienes las conocen, éstas u otras parecidas, puede servirles para aumentar su estima. A quienes no, para que abran los ojos a una realidad distinta en la que el dinero, el tiempo, la competencia y todo eso que nos parece tan valioso, pierde su  importancia.
    

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